martes, 22 de septiembre de 2009


Estoy muy cansado, así que me limitaré a compartir con ustedes el fragmento de un artículo escrito por Sergio Sinay, que habla sobre el amor. Coincido totalmente con lo que dice este texto. Siempre pensé de ese modo, nada más que nunca pude expresar bien mi opinión sobre este tema: el amor.

¿Qué es el amor? La pregunta puede disparar tantas respuestas como personas a quienes les sea formulada. Se ha escrito y se ha dicho mucho sobre él, y se seguirá haciéndolo. Se lo bendice desde la felicidad, se lo maldice desde la frustración y el desencanto. Se afirma que es imposible vivir sin él y hay quienes sostienen que han aprendido a hacerlo.
El amor nace con quienes se aman, es una construcción de los amantes, que no es, en fin, un acto mágico. La creencia en la magia del amor ha dejado un tendal de víctimas emocionales. El amor es la encarnación de una poderosa energía que transforma, fecunda y sana. Pero sus raíces necesitan arraigar en seres y situaciones concretas y reales. Más allá de declaraciones y palabras, de juramentos y ensoñaciones, el amor se plasma de verdad cuando deviene en verbo, cuando se transforma en acciones. ¿Qué tipo de acciones? Son amorosos aquellos actos en los cuales la energía y la intención afectiva de una persona llegan a otra a través de gestos, actitudes, hechos y palabras que le permiten a ésta recibir el amor tal como lo necesita. Y para saber cómo es esa necesidad, quien ama debe prestar atención a la persona amada: mirarla, escucharla, sentirla y presentirla; debe registrarla como el ser único que ella es, y en ese proceso verla como alguien en continua transformación. No se ama en abstracto: se ama a alguien. Y no se ama instantáneamente. Inmediato es el enamoramiento. Nos enamoramos de alguien que nos atrae por motivos puntuales, pero imaginamos de ese ser más de lo que sabemos. El enamoramiento es entusiasmo, deseo, ilusión y desconocimiento. Es un punto de partida. El punto de llegada (cuando se llega) es el amor. Arribamos a él por el camino del conocimiento. Vamos conociendo a la persona de quien nos enamoramos, y en ese proceso aprendemos sobre nuestras similitudes y diferencias. En la medida en que éstas sean complementarias (las de valores, por ejemplo, no lo son) y aprendamos a integrarlas, construiremos amor. El camino que va del desconocimiento del enamoramiento al conocimiento del amor no es mágico. Requiere presencia, compromiso, buena fe, trabajo; y es un camino de transformación, aprendizaje y revelación a veces arduo. Ni la pasión ni el enamoramiento del inicio desaparecen cuando todo aquello se cumple, sino que hay una evolución, una maravillosa alquimia que los transmuta. Lo que no existe es el amor fantasioso de los cuentos de hadas, de las telenovelas, de ciertas películas y novelas oportunistas. Su búsqueda conduce a una ilusión fugaz y a un dolor lacerante. El amor no es dolor: no lastima, cura. En este aspecto, sufrir mucho no es amar mucho

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