Estoy acá, sentado en una silla de escritorio blanca. Te sentás, estirás el cuerpo y el respaldo se adapta a tu posición. Otra cosa genial, es que el asiento se va para adelante. Casi que podría dormir en él. Tengo otro igual para el escritorio, también blanco, que está contra una de las paredes. Tiene ciertas fallas, por lo tanto no me puedo estirar como en ésta silla, pero… ¿qué importa?, ¿qué importa tener esa comodidad, donde el cuerpo puede descansar, si no tengo comodidad en mi mente y en mi corazón?
Eso es. Sí. Incomodidad que muchos llaman una exageración. Ese tipo de “exageración” la veo muy subjetiva. No me interesa que digan “ay, no es para tanto”. Las bolas.
Ahora, ¿hasta qué punto uno es idiota, que hasta se harta de sí mismo? Digo, en simples palabras: ¿qué tan pelotudo soy, que hasta ni yo me banco? Y respondeme con toda sinceridad. Peor no me voy a sentir por algo que me diga otro. Me siento mal por mí mismo. Me doy lástima, a veces. Por qué tendré que haber llegado al punto de cansarme de mí mismo, me pregunto. Por qué tan joven. Por qué tan de pronto.
Ojalá fuera fácil cambiar. Pero, es como cavar, cavar, y cavar, dándote cuenta 5 horas después de cavar sin parar, que ese no era el camino. ¿Y ahora cómo retomo?
A ver, para no confundirte, si es que alguien lee esto o es como un monólogo en una reunión de sordomudos. Cómo hacer para dar cuenta a los demás de mi error, y querer hacer las cosas bien, pero con la cagada de que necesito a alguien ahí que me ayude. He ahí la cosa.
Pienso seguir escribiendo, con el pasar de los días. Y perdón si leíste esto y no entendiste mucho. Tengo tantos mambos metidos en la cabeza, que se me mezclan. Y el llanto hace que no coordine adecuadamente.
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